miércoles, 19 de mayo de 2021

"La torre del tiempo". Relato de Lucía Pérez Perucho, alumna de 4º E.

 Os dejamos aquí un bello relato que Lucía Pérez Perucho, alumna de 4º E ESO, presentó al concurso del Día del Libro y quedó finalista.

La torre del tiempo

«Siempre me dijeron, creo que desde que tengo memoria, que el sol nacía del cielo y con él también la luna. Siendo esa mi filosofía de vida durante mucho tiempo.

Para mí el tiempo, así como las cosas que conocía eran un universo perfecto, como los mecanismos de un reloj, donde todo giraba siempre en un mismo sentido y sin fallos. Cada vez que me decían o mencionaban esa frase, yo siempre me imaginaba una gran mano “mágica” que movía enormes engranajes con una palanca. Los enormes y dorados eran los que servían para mover el sol y poder construir los días. Por el contrario, los plateados con un color algo más apagado que el anterior, se encargaban de controlar a la luna y hacer con ella las brillantes noches. También recuerdo que había veces en las que veía algunas manos igual de mágicas, pero más pequeñas, cientos de ellas que se encargaban de pulsar botones para dar lugar a las estrellas. Todos los engranajes, tuercas, tornillos, cadenas y botones estaban siempre en su sitio, colocados perfectamente en esa sala de mi memoria que me la imaginaba como si fuera la torre del reloj de alguna iglesia de un pueblo perdido y dominado por la naturaleza.

Hoy en día, leer esto puede parecer irónico cuando todos sabemos cómo funciona nuestro planeta y, aunque no todo el universo, también conocemos como funciona el sistema solar. El día que aprendí todas aquellas cosas sobre astronomía con no más de 12 años, también me pareció ridículo todo lo que conocía. ¡Era un ignorante que vivía en su propia realidad!

Recuerdo perfectamente aquella tarde en la que llegué a mi casa enfadado con todos por haberme estado mintiendo siempre con su estúpida teoría del sol y la luna. La forma en la que les grité y posteriormente encerrado en mi cuarto la forma en la que incesablemente lloré. Hasta ese día no me había dado cuenta, pero, toda mi vida se había basado en esa historia. Y no me refiero solo al hecho de tener un nulo conocimiento en astronomía por creer en mis mundos mágicos, sino al hecho de que toda la visión que tenía de la vida con magia, seres fantásticos y cosas inexplicables, empezaron a desaparecer. “Total todo lo soluciona la ciencia” Era lo que solía decirme una y otra vez hasta que fingía aceptarlo.

Diría que creo, pero es que sé con certeza que ese mismo día me perdí a mi mismo en todos los sentidos. No sabía que cosas quería decir, que quería expresar, que tenía sentido y que no preguntar… Sencillamente perdí mi personalidad.

Desde ese día el resto se volvieron monótonos, comía, dormía, estudiaba, salía, volvía a comer y a dormir… Todo era siempre lo mismo, es como si aquella mano mágica que movía al sol, luna y estrellas, por muy inventada que fuera, hubiera desaparecido y con ella el paso del tiempo real y mi esencia.

Tuvieron que pasar varios años para poder decir que me recuperé de aquellos días sin sentido y sin color.

Fue en una mañana normal en la que estando en la universidad a los 23 años de edad, si mal no recuerdo, que nos anunciaron una iniciativa que se estaba llevando a cabo entre esos muros repletos de conocimiento. La actividad no consistía más que en apuntarnos a unos talleres de diferentes disciplinas para poder ampliar nuestros horizontes, al menos así nos los vendieron. Y realmente no se equivocaron.

Sin saber porque exactamente, yo decidí meterme en el taller de literatura. Otro momento de mi vida que puede parecer ridículo teniendo en cuenta que estaba estudiando matemáticas. Hoy puedo asegurar que fue la mejor elección de mi vida.

Contradiciendo todo lo que supuse que nos enseñarían en esas clases como autores, obras o movimientos literarios entre otras muchas cosas, nos enseñaron a nada más y nada menos que imaginar.

Jamás olvidaré la primera frase que nos dijeron al entrar: “Siempre os habrán dicho que el conocimiento nos hace libres ¿no? Pues en estos talleres tendréis que olvidaros de todo lo que conocéis para poder explorar mediante palabras lo extraño y desconocido o para contar de otra manera todo aquello que sabéis”. En ese momento no puede evitar recordar aquella mano en la torre del reloj. Seguía igual de blanca y brillante como la última vez. Los engranajes aún encajaban como piezas perfectas de un mismo cuadro y todo se veía envuelto en un aura mágica con las luces que se colaban por la ventana. Esa claridad que empezaba a asomarse era el inicio de un nuevo día en aquel universo de mi propia Tierra y la representación de mi nuevo comienzo.

Cuando los talleres acabaron, dejé la carrera de matemáticas y decidí empezar la de literatura. Por fin había encontrado mi camino después de tantos años perdido.

Exista o no el destino, yo tengo la sensación de que nací para escribir, no porque sea bueno ni porque a la gente le guste, sino porque simplemente escribir es mi forma de ser. Cuando cambié el rumbo de toda mi historia empecé a leer muchos más libros que realmente me gustaban, descubrí un universo entero camuflado en este mundo por las palabras, y decidí continuar el mío.

Tres años después de haber terminado la carrera, conseguí publicar mi primer libro “La torre del tiempo” en el que me dediqué a contar todo aquel mundo mágico construido dentro de un reloj que guió mi vida.

Ahora, algunos años después, puedo decir que realmente me alegra haberme perdido porque fue la única manera de encontrarme de verdad».

Y supongo que ese ha sido el resumen de mi vida querido lector, pero a pesar de que me encante estar un día como hoy viendo verdadera alegría en la gente que decide comprar mis libros, no puedo evitar ser yo también el que necesite acercarse a la caseta de su escritor favorito para pedirle que me venda y me firme un libro suyo con la misma ilusión con la que un niño pide un caramelo. Así que sin nada más que añadir de mi parte… ¡Feliz Día del libro!

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