jueves, 16 de mayo de 2013

Premio de relatos Día del Libro 2013: Aura Jiménez, ganadora de la categoría 3º y 4º de ESO, Bachillerato y Ciclos


GANADORA: AURA JIMÉNEZ RODRÍGUEZ. 4ºC ESO.

Volvía a revolverse inquieta entre las sábanas arrugadas. En la soledad de una casa pequeña y oscura, arropada con varias mantas, Amelia no podía dormir bien.

Llevaba desde las doce de la noche viendo un programa en la televisión, cuando el sentimiento de culpa por estar despierta tan tarde la llevó directamente a la cama, dejando olvidados los restos de la cena en la mesita del salón.

Tras media hora buscando la postura perfecta para relajarse, Amelia cayó en un sueño ligero, enfermizo, que llenó su mente de imágenes y diálogos, bañado en sudor. Entonces fue cuando recordó vívidamente su sueño. Recordaba claramente haber visto una carta, una carta pequeña y de aspecto antiguo que parecía guardada en un cajón durante mucho tiempo. De repente la carta empezaba a arder, y fue en ese instante cuando el abrasarte fuego que desprendía el papel y su frente ardiente la despertaron, dejándola desorientada.

Poco a poco se atrevió a incorporarse, asustada por su sueño y, quizá en parte, por ese irracional miedo a la oscuridad que arrastraba desde que era una niña. Dejando por imposible la idea de conciliar el sueño, Amelia se levantó de la cama y se dirigió al baño para lavarse la cara y refrescarse.
De repente recordó. Otro pensamiento inundó de golpe su mente como queriéndola hacer explotar, y esa extraña sensación de estar a punto de recordar algo la recorrió entera en forma de escalofrío.

Como guiada por un instinto, Amelia salió de su piso casi corriendo, en sus ojos brillando una fiebre extraña. Subió las escaleras que separaban el rellano de los trasteros y, cuando se paró delante de la puerta del metal oxidado que correspondía a su vivienda, la llave que sujetaba tembló un segundo en su mano, indecisa.

Entró atropelladamente en el trastero, tropezando con varios tratos viejos que se amontonaban en el suelo y fue directa a un enorme baúl de madera que presidía la habitación. Con una mezcla de entusiasmo y desesperación rebuscó entre las orlas de fin de curso de la universidad, los libros de texto de su hermana, papeles olvidados y revistas de coches de los años 90. Al fondo del baúl se encontraba la carta.

La misma carta que había visto en su sueño, y que ahora parecía ridículamente real. Desplegó el papel temblando, ya que aquel lugar era húmedo y frío, y con las prisas ni siquiera se había calzado. Y leyó. Y la volvió a leer sin dar crédito a lo que estaba viendo, consciente de que aquel pedazo de papel amarillento tenía un valor y una importancia incalculables. Nerviosa, se dedicó a pasear por el estrecho pasillo del trastero, mordiéndose el labio con impaciencia.

En semejante estado de perturbación, pero no sirvió de nada, al cabo de medio minuto sacó la carta y sobreponiéndose lo mejor que pudo, otra vez la mortificante lectura. 

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