Por Julen Orduña, alumno de 2ºEE.
La noche de bodas decidí hacerle un tatuaje; sería mi pequeño gesto para recordar que ya éramos el uno del otro, y el otro del uno, aunque nuestra felicidad sería tan bonita como efímera. En mí revivió una extraña enfermedad que cogí durante un viaje y que me mataría en poco tiempo.
Al morir, mi espíritu no descansaba en paz, ya que te veía llorar, y lo único que podía hacer era sentirme cada vez más culpable de tu tristeza.
Por suerte, para mí tu tristeza fue tan fuerte como breve, pues encontrarías a un buen hombre que te daría todo lo que no pude darte.
Pero siempre me quedará la duda de tu felicidad, porque a ti te han vuelto a hacer feliz o atormentarme por lo rápido que me olvidaste.
De todas formas, prefiero regresar a mi tumba y quedarme con la duda.
Hasta pronto, amada mía.
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