A continuación reproducimos el excelente discurso de la docente Beatriz del Río.
Por Beatriz del Río, profesora de Lengua Castellana y Literatura y Literatura, jefa de este mismo Departamento y tutora de 2ºCB.
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Buenas tardes a todos, alumnos, padres, compañeros.
Antes de empezar, quisiera pedir disculpas a parte de los presentes por dirigirme especialmente a los protagonistas de esta aventura, a nuestras alumnas y alumnos de 2º de Bachillerato.
Ha sido este un curso difícil. Empezó convulso, cargado de incertidumbres y sobrecargado de crispación.
Por eso, inicio mis palabras dándoos las gracias a vosotros, queridos alumnos, porque habéis sabido mantener la calma, respetar nuestras decisiones y estar a nuestro lado para que este final de curso haya sido como tantos otros: difícil, sí, pero con ciertas certezas y colmado de ilusión.
Del Río (segunda por la derecha), junto a varias alumnas de su tutoría. |
Alguien me comentó hace años –más de los que vosotros tenéis- que los profesores y maestros sufrimos el mal de la adulescencia, una extraña enfermedad propia de adultos docentes, que presentan –fuera ya de las aulas- síntomas propios de la adolescencia. ¡Bendito mal que se alimenta cada día del virus de vuestros pocos años y que, especialmente en 2º de Bachillerato, hace que nos calcemos de nuevo los zapatos del curso previo a la universidad, nos vistamos con nostalgia los vaqueros de los diecisiete o dieciocho años, y nos maquillemos de la mirada tierna, rebelde y en ocasiones odiosa del que asiste al instituto!
Recuerdo -y además quiero recordar- este último 14 de septiembre, cuando más que indignada, preocupada, acompañé a mis tutelados hasta la que sería su aula durante nueve vertiginosos meses. Una hora antes de aquel momento había llorado de rabia (y no es esta una licencia poética) había llorado, sí. De pronto, se obró el milagro: me reencontré con caras conocidas y sonrientes que miraban con gracia, inquietud y curiosidad mi indumentaria verde; y fue allí, en el aula, donde mis ojos, disimulado ya el llanto, recogieron la osadía que necesitaba para seguir y llegar hasta aquí.
Pero hoy no solo debemos evocar este curso, sino los años de estudio, juegos, risas, amores y llantos vividos entre estos tres edificios, confidentes ya de secretos y anécdotas. Seguramente esta mañana, durante el ensayo de la ceremonia o al entrar hace unos minutos en el centro vestidos con vuestras mejores galas, habéis desempolvado los recuerdos de aquel lejano primer día de instituto, donde se mezclaban sentimientos parecidos a los que ahora os ocupan: temores, esperanzas, satisfacción por una etapa cumplida y grandes expectativas ante la nueva que se iniciaba. Entonces no nos conocíais, éramos solo una parte más de un centro enorme y hostil al que ansiabais llegar para seguir creciendo. Poco a poco, nos habéis puesto nombre, apodos, carácter y confianza; hemos caminado a vuestro lado y, aunque a veces hayáis creído que os poníamos zancadillas o cortapisas, siempre hemos andado con un ojo en el pasado y otro mirando al porvenir, para allanar el camino y prepararos para vuestra vida adulta. Profesores aprendices de don Quijote, del que hago mías sus palabras para que entendáis así nuestro empeño: ‘…Juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos;[…] si a ti te mantearon una vez, a mí me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja’.
Por esos años y ‘manteos’ que os llevo de ventaja, puedo aseguraros que la memoria es una facultad pícara, que, con un poco de ayuda y edulcorante, consigue intensificar los buenos momentos y mudar aquellos que fueron más difíciles, transformándolos incluso en anécdotas divertidas o entrañables. Viviréis años muy interesantes -de eso no me cabe duda- pero siempre recordaréis los pasados en el Villa, porque estos son irremplazables. Sin embargo, no quisiera que convirtieseis vuestro paso por el centro en el paraíso perdido, sino que fuera siempre un paraíso vivido y un lugar común al que recurráis sin complejos en las gratas tardes de la nostalgia.
Permitidme, por último, que os ofrezca un consejo: hagáis lo que hagáis, elegid aquello que os reconforte, que os honre, que os haga felices. Me gustaría que grabaseis en vuestra memoria las sencillas palabras de la tierna abuela ideada por Susanna Tamaro en su novela Donde el corazón te lleve: ‘Cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad que respiraste el día que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aun. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve’.
Durante estos años os hemos enseñado mucho (al menos, lo hemos intentado). Algunos habéis sido alumnos destacados y superáis con creces los conocimientos indispensables de materias que pueden parecer tediosas; pero creo hablar en nombre de todos, si os digo que lleváis ya lo imprescindible, la verdadera excelencia: la conciencia de seres libres para decidir con responsabilidad y saborear vuestro futuro.
‘La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres’.
Así que ya sabéis, seguid las sabias palabras de nuestro loco don Quijote: enfrentaos a la vida con libertad, como caballeros andantes o como fieles escuderos.
¡OJALÁ QUE OS VAYA BONITO! HASTA SIEMPRE.
¡¡¡Qué bonito!!! Qué palabras tan ciertas... Algo parecido me dijeron a mí en mi graduación y realmente no me arrepiento de lo que en ese momento elegí... Seguid este sabio consejo...
ResponderEliminarUn discurso admirable, sin duda. Gracias, Marta, por tus comentarios. Un saludo.
ResponderEliminarUn discurso honesto,certero y emocionante
ResponderEliminarClaro que sí, Ángel. Un texto que es un verdadero lujo.
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