Os dejamos aquí un bello relato que Lucía Pérez Perucho, alumna de 4º E ESO, presentó al concurso del Día del Libro y quedó finalista.
La torre del tiempo
«Siempre me dijeron, creo que desde
que tengo memoria, que el sol nacía del cielo y con él también la luna. Siendo
esa mi filosofía de vida durante mucho tiempo.
Para mí el tiempo, así como las cosas
que conocía eran un universo perfecto, como los mecanismos de un reloj, donde
todo giraba siempre en un mismo sentido y sin fallos. Cada vez que me decían o
mencionaban esa frase, yo siempre me imaginaba una gran mano “mágica” que movía
enormes engranajes con una palanca. Los enormes y dorados eran los que servían
para mover el sol y poder construir los días. Por el contrario, los plateados
con un color algo más apagado que el anterior, se encargaban de controlar a la
luna y hacer con ella las brillantes noches. También recuerdo que había veces
en las que veía algunas manos igual de mágicas, pero más pequeñas, cientos de
ellas que se encargaban de pulsar botones para dar lugar a las estrellas. Todos
los engranajes, tuercas, tornillos, cadenas y botones estaban siempre en su
sitio, colocados perfectamente en esa sala de mi memoria que me la imaginaba
como si fuera la torre del reloj de alguna iglesia de un pueblo perdido y
dominado por la naturaleza.
Hoy en día, leer esto puede parecer
irónico cuando todos sabemos cómo funciona nuestro planeta y, aunque no todo el
universo, también conocemos como funciona el sistema solar. El día que aprendí
todas aquellas cosas sobre astronomía con no más de 12 años, también me pareció
ridículo todo lo que conocía. ¡Era un ignorante que vivía en su propia
realidad!
Recuerdo perfectamente aquella tarde
en la que llegué a mi casa enfadado con todos por haberme estado mintiendo
siempre con su estúpida teoría del sol y la luna. La forma en la que les grité
y posteriormente encerrado en mi cuarto la forma en la que incesablemente
lloré. Hasta ese día no me había dado cuenta, pero, toda mi vida se había basado
en esa historia. Y no me refiero solo al hecho de tener un nulo conocimiento en
astronomía por creer en mis mundos mágicos, sino al hecho de que toda la visión
que tenía de la vida con magia, seres fantásticos y cosas inexplicables,
empezaron a desaparecer. “Total todo lo soluciona la ciencia” Era lo que solía
decirme una y otra vez hasta que fingía aceptarlo.
Diría que creo, pero es que sé con certeza
que ese mismo día me perdí a mi mismo en todos los sentidos. No sabía que cosas
quería decir, que quería expresar, que tenía sentido y que no preguntar…
Sencillamente perdí mi personalidad.
Desde ese día el resto se volvieron
monótonos, comía, dormía, estudiaba, salía, volvía a comer y a dormir… Todo era
siempre lo mismo, es como si aquella mano mágica que movía al sol, luna y
estrellas, por muy inventada que fuera, hubiera desaparecido y con ella el paso
del tiempo real y mi esencia.
Tuvieron que pasar varios años para
poder decir que me recuperé de aquellos días sin sentido y sin color.
Fue en una mañana normal en la que
estando en la universidad a los 23 años de edad, si mal no recuerdo, que nos
anunciaron una iniciativa que se estaba llevando a cabo entre esos muros
repletos de conocimiento. La actividad no consistía más que en apuntarnos a
unos talleres de diferentes disciplinas para poder ampliar nuestros horizontes,
al menos así nos los vendieron. Y realmente no se equivocaron.
Sin saber porque exactamente, yo
decidí meterme en el taller de literatura. Otro momento de mi vida que puede
parecer ridículo teniendo en cuenta que estaba estudiando matemáticas. Hoy
puedo asegurar que fue la mejor elección de mi vida.
Contradiciendo todo lo que supuse que
nos enseñarían en esas clases como autores, obras o movimientos literarios
entre otras muchas cosas, nos enseñaron a nada más y nada menos que imaginar.
Jamás olvidaré la primera frase que
nos dijeron al entrar: “Siempre os habrán dicho que el conocimiento nos hace
libres ¿no? Pues en estos talleres tendréis que olvidaros de todo lo que
conocéis para poder explorar mediante palabras lo extraño y desconocido o para
contar de otra manera todo aquello que sabéis”. En ese momento no puede evitar
recordar aquella mano en la torre del reloj. Seguía igual de blanca y brillante
como la última vez. Los engranajes aún encajaban como piezas perfectas de un
mismo cuadro y todo se veía envuelto en un aura mágica con las luces que se
colaban por la ventana. Esa claridad que empezaba a asomarse era el inicio de
un nuevo día en aquel universo de mi propia Tierra y la representación de mi
nuevo comienzo.
Cuando los talleres acabaron, dejé la
carrera de matemáticas y decidí empezar la de literatura. Por fin había
encontrado mi camino después de tantos años perdido.
Exista o no el destino, yo tengo la
sensación de que nací para escribir, no porque sea bueno ni porque a la gente
le guste, sino porque simplemente escribir es mi forma de ser. Cuando cambié el
rumbo de toda mi historia empecé a leer muchos más libros que realmente me
gustaban, descubrí un universo entero camuflado en este mundo por las palabras,
y decidí continuar el mío.
Tres años después de haber terminado
la carrera, conseguí publicar mi primer libro “La torre del tiempo” en el que
me dediqué a contar todo aquel mundo mágico construido dentro de un reloj que guió
mi vida.
Ahora, algunos años después, puedo
decir que realmente me alegra haberme perdido porque fue la única manera de
encontrarme de verdad».
Y supongo que ese ha sido el resumen
de mi vida querido lector, pero a pesar de que me encante estar un día como hoy
viendo verdadera alegría en la gente que decide comprar mis libros, no puedo
evitar ser yo también el que necesite acercarse a la caseta de su escritor
favorito para pedirle que me venda y me firme un libro suyo con la misma
ilusión con la que un niño pide un caramelo. Así que sin nada más que añadir de
mi parte… ¡Feliz Día del libro!
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