jueves, 27 de febrero de 2025

¿Damos a los cuidados paliativos la importancia que merecen?

Por Rebeca Abril Santos (1º Bachillerato).

Este texto ha pasado a la final de las olimpiadas filosóficas en la categoría de disertación.

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Cuando se diagnostica una enfermedad terminal, la medicina suele ofrecer dos opciones. Una es apostar por tratamientos agresivos, a menudo experimentales, arriesgados y con pocas probabilidades de éxito; la otra es acogerse a los cuidados paliativos.

Los cuidados paliativos se ofrecen a pacientes con una enfermedad terminal que ya no responde al tratamiento. Su objetivo es proporcionarles alivio para el dolor, sustituyendo el tratamiento de la enfermedad por uno de analgésicos, y apoyo psicológico para aceptar la muerte, así como ayudar a los allegados al paciente con el duelo. Por tanto, podemos decir que este tipo de atención sanitaria se basa en el alivio del sufrimiento del paciente, tanto físico como mental; los cuidados paliativos suponen una labor humanitaria y empática, y muy exigente. En palabras de la filósofa Victoria Camps, «cuidar implica desplegar una serie de actitudes que van más allá de realizar unas tareas concretas de vigilancia, asistencia, ayuda o control; el cuidado implica afecto, acompañamiento, cercanía, respeto, empatía con la persona a la que hay que cuidar.» Sobre esta definición, precisamente, se asientan los cuidados paliativos.

A muchos les parecerá atractiva, en teoría, la idea de este tipo de cuidados, por la gran ayuda que suponen para los moribundos al final de su vida. Pero lo cierto es que, cuando se les da a elegir entre una tratamiento agresivo —la mentalidad de luchar por la vida a toda costa— o cuidados paliativos —que conllevan aceptar la muerte—, la gran mayoría de pacientes terminales eligen la primera opción. ¿Es esta la mejor decisión? Desde el punto de vista del bienestar del paciente, la respuesta es, casi siempre, no, debido a las razones que se detallarán a continuación y que demuestran que los cuidados paliativos merecen una atención que actualmente no se les concede.

Para empezar, veamos un ejemplo. Pongamos que una persona joven padece de un cáncer de pulmón; aunque ha pasado por varios ciclos de quimioterapia, el cáncer no ha respondido al tratamiento, y además se ha extendido a otros órganos. En este punto, su médico le plantea dos alternativas: interrumpir el tratamiento y acogerse a una unidad de cuidados paliativos, o probar con otro experimental, muy agresivo y con dolorosos efectos secundarios.

El paciente es joven y (comprensiblemente) no quiere morir; no quiere renunciar a las promesas que le ofrecía la vida antes del cáncer. Dejar el tratamiento ¿no sería una renuncia?

¿Una derrota? Además, le han dicho que hay muy pocas posibilidades de que el tratamiento experimental funcione, pero no que no haya ninguna. ¿No va a morir de todas formas? ¿Qué pierde por intentarlo?

Con estos razonamientos, nuestro paciente decide probar el nuevo tratamiento. Y no solo no funciona, sino que también le provoca fuertes dolores y deteriora su cuerpo todavía más. Pasa la mayor parte del tiempo durmiendo y es incapaz de apreciar y disfrutar, en la medida de lo posible, el tiempo que le queda con sus seres queridos. Un par de meses después, el paciente muere. Y no ha tenido una buena muerte, ni mucho menos: sus últimos días han estado divididos entre la inconsciencia y el dolor. Para su familia, verle luchar contra su final, sintiéndose tan impotente, ha sido devastador.



¿Habría sido una mejor opción optar por los cuidados paliativos? Sin duda. Nuestro paciente se habría ahorrado muchos dolores y efectos secundarios, y habría recibido apoyo emocional para aceptar su muerte; habría pasado sus últimos días bien acompañado, y seguramente mucho más feliz.

Este ejemplo, que ilustra la importancia de los cuidados paliativos, puede dejarnos un mal sabor de boca. El paciente habría, habría, habría… El condicional expresa una oportunidad perdida, remordimientos y, sobre todo, lo inútil que parece ponerse a pensar en si tal o cual persona debería haber pedido cuidados paliativos.

Y, sin embargo, es necesario pensarlo. Son necesarios los remordimientos. Y es necesario que seamos conscientes de la gran ayuda que sería para los enfermos terminales y sus familias darles a los cuidados paliativos más importancia.

Para esto no basta con lo obvio, que es invertir más dinero o formar a más personal sanitario en el sector: hay que aprender a aceptar la muerte, un elemento fundamental en los cuidados paliativos.

En esta sociedad hay un arraigado rechazo hacia la idea de la muerte, hacia hablar de ella, aceptarla. Pero tal vez esto no debería ser así. Martin Heidegger dijo que «si tomo la muerte en mi vida, la reconozco y la afronto directamente, me liberaré de la ansiedad de la muerte y de la mezquindad de la vida, y solo entonces seré libre para convertirme en mí mismo.» Entonces ¿cómo van a entender y apreciar la vida aquellos que evitan pensar en la muerte, o la ven como un esqueleto encapuchado que amenaza el porvenir con una guadaña en la mano? Habría que tener en cuenta la definición del estoico Marco Aurelio: «¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y se abstraen, por división de su concepto, los fantasmas que la recubren, ya no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza.»

De todos modos, puede que la gente joven y sana pueda apartar la muerte de sus pensamientos la mayor parte del tiempo, especialmente en el ajetreo de la vida actual. Pero para un enfermo terminal la muerte no es una posibilidad remota sobre la que ya meditará algún día, cuando sea anciano, ni está lo bastante lejos como para ignorarla; los enfermos terminales conviven con la idea de la muerte día y noche. Y aún así la mayoría de ellos no es capaz de aceptarla. Esta es la razón por la que tantas personas rechazan los cuidados paliativos: porque para recibirlos hay que firmar un impreso indicando que uno es consciente de que su enfermedad es terminal y que renuncia a la atención sanitaria que la trata.

Hace falta valor para firmar ese documento, un valor que pocos enfermos hallan sin ayuda. Es como un círculo vicioso: sin la ayuda de los cuidados paliativos rara vez hay valor para aceptar la muerte, y sin valor para aceptar la muerte no se suele acceder a los cuidados paliativos.

También hay que recalcar que, si no se les da la importancia necesaria a los cuidados paliativos, es en parte porque el sistema sanitario actual no tiene la actitud más adecuada respecto a ellos. Los médicos suelen ver la enfermedad como un problema que hay que resolver a toda costa; durante sus años de estudio no se les prepara para lidiar con una


enfermedad que no tiene remedio, y tampoco para reconocer en voz alta que a un paciente le quedan menos de seis meses de vida. Es más fácil hablar sobre un tratamiento experimental, o una nueva combinación de fármacos, que preguntarle al paciente si prefiere algún tanatorio en particular. No hay tantos médicos que quieran especializarse en cuidados paliativos; y, sin embargo, uno pensaría que la labor de la medicina debería llegar hasta la muerte del paciente, en vez de quedarse estancada en ese momento en el que el especialista —después de hablar de las radiografías y del TAC con tecnicismos huecos— consigue decir que lo siente y no hay nada que hacer. Como dijo Francias Bacon, «la función del médico es devolver la salud y mitigar los sentimientos y dolores, no solo en cuanto esa mitigación puede conducir a la curación, sino también en cuanto que puede procurar una eutanasia: una muerte tranquila y fácil. En nuestro tiempo los médicos abandonan a los enfermos cuando han llegado al final. [...] El médico debe estar junto al paciente, cuando se encuentra muriendo.» La doctora Elizabeth Kübler-Ross va más allá, diciedo que «quisiera asegurarles que estar sentado junto a la cabecera de los moribundos es un regalo, y que el morir no es necesariamente un asunto triste y terrible. Por el contrario, se pueden vivir cosas maravillosas y encontrar muchísima ternura.» Si esta visión fuera más habitual en el ámbito sanitario, los cuidados paliativos se tendrían mucho más en cuenta, y no solo como una gran ayuda para el paciente, sino también como una oportunidad de enriquecimiento para el personal sanitario.

De todo lo que se ha dicho hasta aquí se extrae que los cuidados paliativos están, desgraciadamente, infravalorados. Pero ¿qué hay de los inconvenientes? Nada es perfecto, y, por supuesto, los cuidados paliativos no son la excepción.

Probablemente el mayor argumento en su contra sea que traen consigo la pérdida de la esperanza de cura. Aunque apostar por los cuidados paliativos supone preocuparse sobre todo por el bienestar del paciente, toda elección conlleva una renuncia, y en este caso se trata de renunciar a la posibilidad de vencer la enfermedad, por mínima que sea. Se dice que la esperanza es lo último que se pierte; y cuando a un paciente se le presenta la opciónd e probar un tratamiento con pocas probablidades de éxito, lo que más llama su atención no es el 99% de probabilidad de que sea inútil, sino ese pequeño 1%, que le promete la curación. ¿Y si su caso es precisamente ese uno entre cien, o entre mil, en el que sí va a funcionar?

Es difícil renunciar a ese resquicio de esperanza, porque siempre cabe una mínima posibilidad. Pero ¿es aferrarse a esa posibilidad los más sabio? Puede que ocurra un milagro, pero ¿y si no, que además es lo más seguro? ¿Hay que sacrificar los últimos momentos de bienestar por una gota de esperanza?

Nietzsche escribió que «la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento de los hombres.» En el área de los cuidados paliativos, esta afirmación resulta ser cierta en muchos casos. Los que renuncian a este tipo de cuidados por la esperanza de curarse renuncian también a una buena muerte y casi siempre acaban sufriendo muchísimo más.

Algo más en contra de los cuidados paliativos es el sentimiento de culpabilidad por «no haber hecho suficiente.» Suele afectar a los allegados al paciente, y hace que el duelo sea aún más difícil y doloroso. Pongámonos en el lugar del hijo de una paciente terminal que ha decidido


renunciar al tratamiento y acudir a una unidad de cuidados paliativos. No cabe duda de que ha sido una decisión difícil para esa paciente; y también es seguro que su hijo habrá pasado alguna noche —o muchas— preguntándose si es la decisión correcta, si no debería haberle insistido a su madre para que probase algo más antes de darse por vencida…

El remordimiento por no haber hecho algo más es un sentimiento terrible. Pero a veces es necesario distinguir entre cantidad y calidad. Tal vez se podrían haber hecho más cosas por un paciente, haberle sometido a más cirugías o tratamientos, pero ¿habría mejorado eso su calidad de vida durante el final? En la mayoría de los casos, no. El camino más seguro para tener —dentro de lo que cabe— un final feliz es aquel que no hay que recorrer en solitario. Aquel que está iluminado, pero que no niega las sombras. Aquel en el que el viajero está acompañado por personas que realmente se preocupan por él y su dolor, y que le darán consuelo hasta el final. Aquel camino, en definitiva, que ofrecen los cuidados paliativos.

Todo lo dicho anteriormente va encaminado a demostrar que los cuidados paliativos tienen mucha más importancia de la que se les da en la actualidad. Según Elizabeth Kübler-Ross, «morir no debe significar nunca padecer el dolor. En la actualidad la medicina cuenta con medios adecuados para impedir el sufrimiento de los enfermos moribundos. Si ellos no sufren, si están instalados cómodamente, si son cuidados con cariño y si se tiene el coraje de llevarlos a sus casas —a todos, en la medida de lo posible—, entonces nadie protestará frente a la muerte.» Este es el enfoque que le dan los cuidados paliativos al final de la vida. Aunque es duro mirar a la muerte a la cara, debemos recordar que no tenemos que hacerlo solos; y quien reúna sus fuerzas para pedir ayuda y aceptar la muerte descubrirá el valor del consejo de Marco Aurelio: «no desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la convicción de que esta también es una de las cosas que la naturaleza quiere».

viernes, 7 de febrero de 2025

LA BIBLIOTECA DE ISABEL I: 'ESCAPE ROOM' EN CLASE DE LENGUA

Por Lucía Mozo Pascual (2º de Bachillerato).


“¡Hurtado de Mendoza, ha mucho que no os veía desde los funerales del ilustre Don Jorge Manrique! Pasad, por favor, diponed a vuestra familia alrededor de esta mesa”. Con estas palabras se invitaba a los alumnos de 3º de la ESO a entrar a la biblioteca. Un Escape room a luz de vela basado en las Coplas por la muerte de su padre, obra de Jorge Manrique, al que tuve el honor de asistir la semana pasada. El objetivo: devolver las coplas pérdidas del autor deduciendo la contraseña del criptex.
 



Los nobles estudiantes habían de conseguir abrir los tres cofres, descifrando sus respectivos códigos, para alcanzar la pista final que les daría la victoria frente al resto de sus compañeros. Con la ayuda de una luz ultravioleta (más de uno aprovechó para hacerse un tatuaje invisible) y lo aprendido en clase, iban superando grupo a grupo la prueba inicial. Esta consistía, según la mesa, en medir la métrica e identificar los tópicos literarios o el tipo de rima de una de las coplas de Manrique. Una vez descubierto el contenido de su interior, llegaba el último reto: diferenciar la obra de este autor de otras elegías pertenecientes a Lorca o Miguel Hernández. Cada mesa completada revelaba dos de las seis letras para resolver el criptex. Para mayor dificultad, no estaban ordenadas, siendo la estructura de su poemario, dividido en los temas muerte, pasado y elegía a su padre; su único guía entre las tinieblas.
 




Carlos Jiménez, profesor de Lengua y Teatro, es quien ha organizado este nuevo método de aprendizaje. No es la primera vez que lleva su idea a cabo en este centro, nos cuenta. “Es una actividad que me propuso el Departamento de Lengua realizar este curso porque es como a mí me gusta enseñar la literatura (...) Es una manera de repasar los contenidos que han aprendido de Manrique y de sus coplas y de que se involucren”. Aprovechando que durante dicha semana no podían avanzar temario, pues la mayoría de alumnos de 3º se encontraban en Dublín, ha sido una forma interactiva y entretenida de revivir el temario. Nos menciona también que, el noviembre pasado, tuvo el placer de ejecutar otra interpretación ambientada en la época de los juglares junto a su compañera Marian. Está claro que esta no será la última.



 
En definitiva, los alumnos han disfrutado un montón con esta actividad, además de estar listos para próximos exámenes de Lengua y haber ganado como recompensa unas monedas de chocolate, que nunca están de más. Estaremos atentos a nuevos escape rooms que, sin duda, nos harán viajar al pasado y acercarnos a sus pintorescos personajes una vez más.