Los alumnos pusieron a prueba su ingenio para redactar unos relatos que debían incluir algún breve fragmento de la obra de Cervantes. Este ha sido el resultado.
Ganador
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 1º y 2º de ESO.
Autor:
Alejandro Organista. 2ºF ESO.
Crónicas:
el exilio desde la isla
Y
dijo al secretario que, sin añadir ni
quitar cosa alguna, fuese escribiendo lo
que él le dijese, y así lo hizo, y la carta de la respuesta fue del tenor siguiente:
Querido conde:
No voy a relatar una buena nueva, pues en este año de gracia del Señor, el
MDCX, ha tenido lugar una invasión de unos bárbaros, comandados por el
mercenario Gumersindo, que está sustrayendo la ínsula de mi poder.
Aunque hemos rogado a Dios, no hemos conseguido derrotarlos, pues su número
es tan extenso, que no existe número tan grande en el lenguaje humano para
nombrarlos.
Y os pido a vos que solicitéis a su Majestad el envío de un ejército fuerte
y bien armado, pero ante todo numeroso.
Es tal la situación que nuestros vasallos están escapando de la ínsula en
ocasiones sin sus ancianos o enfermos.
Temo verme abocado al exilio desde la isla, y que la invasión se extienda a
otras tierras y señoríos con la consiguiente carnicería.
Sancho Panza
Accésit
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 1º y 2º de ESO.
Autor:
Pablo Ruiz Cuzado. 1ºF ESO.
A
un lado del patio estaba puesto un teatro y dos sillas, sentados dos
personajes, que por tener coronas en la cabeza y cetros en las manos, daban
señales de ser algunos reyes, ya verdaderos, o ya fingidos. Al lado de este
teatro, adonde se subía por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las
cuales se encontraba un hombre vestido de vivos colores, que, por el
aspecto de sus vestimentas debía de ser el bufón y el otro asiento estaba vacío
ya que la persona que instantes antes había estado en él se había levantado
para dirigirse a los reyes, y con voz solemne les anunció:
-
Desde todos los rincones del mundo, a veros vienen
artistas, que para vuestra diversión realizarán sus mejores trucos.
Una larga fila de
personas de los más diversos aspectos subió al escenario, algunos cargaban con
instrumentos, otros sin embargo no portaban objeto alguno, incluso una había
que afirmaba domar serpientes.
Cuando las
personajes actuaron, los reyes se limitaron a hacer gestos y a comentar entre
ellos; solo parecieron más interesados cuando un acróbata de aspecto oriental
realizó todo tipo de piruetas sin que un gesto delatara el esfuerzo que había
tenido que emplear.
Actuación tras
actuación la fila menguaba de tamaño, hasta que terminó por desaparecer, cuando
esto ocurrió, los reyes se levantaron y sin decir palabra se marcharon,
mientras escuchaban el sonido de los aplausos frenéticos del público.
Ganador
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 3º y 4º de ESO.
Autora:
Isabel Alegre Arance. 4ºB ESO.
¿Por
qué?
El
estruendo de la batalla invadía sus oídos. Oía lamentos, gritos, llantos,
muerte; todo ello rodeándolo. Su corazón, golpeaba su pecho al ritmo de las
armas, arrancando almas por precios que no merecían la pena.
El
polvo se metía en sus ojos, haciéndole llorar; aunque en ese instante, no sabía
si lloraba por el polvo de la dura batalla o por el dolor de su nueva
existencia entre aquellos hombres. O, a lo mejor, era la certeza de que la
muerte se aproximaba a él demasiado rápido.
En
fin, no sabía ni por qué lloraba, ni por qué sufría, ni por qué llevaba un arma
entre las manos, ni si quiera sabía por qué estaba allí.
Era
la primera batalla que veía de cerca, y llevaba alrededor de una hura aferrado
al frío metal de un arma que no había detonado, suplicando el regreso a casa.
Su casa… los recuerdos de su madre y sus hermanos pequeños invadieron su mente
con rapidez. Él, que se creyó infeliz alguna vez por tener que cuidar a sus
hermanitos, o se había sentido agobiado por la cercanía de su madre… Y ahora estaba
en aquel infierno.
Ni
siquiera podía luchar por aquellos al os que más quería.
De
repente, el sonido del fuego se hizo más intenso, y un hombre cayó cerca de
donde él estaba agazapado: detrás de unos sacos de arena que decían protegerle.
El olor de la sangre inundó sus sentidos por entero, algo más seca de lo normal
por el polvo del suelo.
Ahora
aquel hombre que abrazaba a la muerte captaba toda su atención. Se acercó a
gatas. Se quedó mirando sus ojos vidriosos y sin vida hasta que no pudo más y
tuvo que cerrárselos, entrando en contacto con su piel, que se iba enfriando
poco a poco, olvidando el recuerdo de la vida. Ni siquiera sabía quién era ese
hombre al que contemplaba morir. Una solitaria lágrima dejó un pequeño camino
entre la suciedad de su rostro.
¿Qué
hacía allí realmente? ¿^Por quién lloraba? ¿Con quién luchaba? ¿A quién mataba?
¿Por qué estaba allí?
Muchas
veces se había preguntado el porqué de la vida. Ahora se preguntaba el porqué
de la muerte.
Enfadado
con su cobardía, con la vida y con la muerte, con Dios si es que lo había, en
los gobernantes…; con todo, se puso en pie, agarró su arma con furia y se puso
en el frente para disparar. Sus pies estaba bien fijos en el suelo, su mente
bien fija en el blanco y su dedo bien fijo al gatillo. Y entonces, hizo lo que
le habían ordenado: disparó. Disparó a
discreción. No se paró a pensar en las vidas que arrancaba, ni en las familias
que destrozaba. Se comportó como un auténtico autómata, eso es lo que querían
los que le habían mandado allí. Mató tanto a personas, tanto a su propia moral,
hasta que no le quedó creencia alguna.
Tan
centrado ha´bia estado en su fatal tarea que no se dio cuenta de lo que pasaba
a su alrededor; no se dio cuenta hasta que una bala se abrió paso en su pecho.
Oh, maldita y certera muerte.
Consciente
de que serían sus últimas palabras, se dio la vuelta pausadamente y pronunció
su sentencia:
-
‘¡Abrid
camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya
a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente! Yo no
nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos
que quisieren acometerlas…’
Con estas últimas palabras, algo incompletas, tomó su
último aliento, su corazón latió por última vez, y su cuerpo cayó al suelo,
recibiendo a la muerte, finalmente.
Y, entonces, la parca le presentó los porqués de la
infinita muerte.
Accésit
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 3º y 4º de ESO.
Autora:
Alba Rodríguez Romero. 4ºA ESO.
Contrato
Hoy os contaré la
historia de cómo reviví, de cómo volví del inframundo a la Tierra.
Mi nombre es Thomas
Time y morí una tarde del mes de abril. Quedé con mi amada Sonia aquel día y
después de cenar volvimos a nuestro hogar. Ella sacó un puñal y me clavó tres
puñaladas en la espalda. Cuando morí, dos ángeles negros vinieron a por mí y me
llevaron a los pies de Satanás y le dije.
-No merezco estar aquí,
necesito vengarme antes de morir.
Satanás me dio a elegir
entre dos opciones:
-Te dejaré vengarte de
tu amada pero después volverás a la muerte y dirigirás las ínsulas donde se
encuentras los bastardos. O volverás a la vida pero nunca volverás a dormir y
tendrás todos los efectos que un humano suele tener con insomnio.
Yo elegí la primera y,
de repente, nada más decir que elegía el primer trato, apareció un libro y un
bolígrafo delante de mí para que firmase. Hice un garabato lo más parecido a mi
firma, ya que los nervios no me dejaban mantener el pulso firme.
Satanás llamó a Sadme,
un ángel bastante atractivo, y me llevó a las puertas del inframundo para pasar
a la Tierra.
-
-¡‘¡Abrid
camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya
a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente! Yo no
nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos
que quisieren acometerlas pero deseo vengar mi muerte y que así sea. Así
que abridme paso que aquella persona a
la que yo solía llamar Cielo hoy bajará al infierno y permanecerá conmigo para
siempre!- dije.
Pasé por un portal lleno de luz y de humo donde solo me podía
guiar una voz que decía.
-Ven, sígueme.
Cuando entré en el mundo de los vivos estaba en el momento exacto
antes de mi muerte. Sonia estaba sacando el puñal cuando me di la vuelta y
luché por conseguirlo y, sin darme cuenta, nuestro forcejeo hizo que Sonia,
descuidadamente, se clavara el puñal en el pecho.
Yo no deseaba esto. Tan solo quería sentir lo que ella sintió
cuando me mató, pero yo sentía pena por haber matado al amor de mi vida.
Me tiré encima de ella y llorando en su pecho se me apareció el
demonio con su sonrisa y nos llevó a rastra bajo tierra.
Ahora me encuentro gobernando esta isla donde no hay más que
guerras. Las ciudades se encuentran en llamas y aunque muerto, no siento el
calor del fuego, odio ver cómo la belleza de la vida se ha marchitado.
Sonia se encuentra maniatada en una de las mazmorras del Dios de
los infiernos y, de vez en cuando, la veo cuando la saca de su guarida para
satisfacer los deseos de mis ciudadanos.
Y aquí y ahora sentado en mi trono, me encuentro en mis aposentos
y rodeado de todo lo que siempre quise tener me pregunto ¿por qué me quiso
matar? ¿Qué pasaría si no la hubiese matado? ¿Por qué me estoy arrepintiendo? Y
lo peor de todo, ¿por qué todavía la amo?
Accésit
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 3º y 4º de ESO.
Autora:
Lydia Suárez Rodríguez 3ºC ESO.
Oídos
creyentes a falsas justificaciones
Al amanecer, cuando las
nubes ya empezaban a disminuir en el cielo, permitiendo asomarse el sol y sus
primeros rayos de luz, iluminando el diminuto pueblo de tan solo trescientos
habitantes, resonó la trompetilla del pregonero, creando una estridente melodía
de fondo, junto a los constantes sonidos del gallo. Hoy era un día muy
importante, dado que se iba a llevar a cabo un asunto que llevaba días rondando
por las bocas de todos los habitantes. Dargun, un hombre robusto, de ancha
espalda, facciones duras y decisivas, era un ganadero muy dedicado a su trabajo
a lo largo de sus días. Sin embargo, al pobre y desdichado individuo le habían
sustraído las tierras, las cuales no podía recuperar, y muchas veces había
presentado ya bastantes quejas contra el gobernador. El azabache cabello le
caía a los lados del rostro, mugroso y con unos toques canosos a causa de la
edad. Dargun, no vivía solo, de hecho tenía una mujer que se dedicaba a cumplir
con sus obligaciones en el hogar; más sus dos hijos, una niña de ocho años y un
varón de seis.
Para hoy, que se
concentraba en la plaza un juicio, vestía con una camisa harapienta y unos
pantalones raídos, medio cortos que le llegaban hasta los tobillos. Tras
despedirse de su esposa, Dargun emprendió su camino hasta la plaza, por cada
paso que daba, más digno y firme se mostraba, dando a entender que lograría por
sus propios medios salir ganador en esta competencia verbal.
Una vez hubo
presentado, sin pasar del todo a la plaza, a sus oídos llegaron las voces de
todas las personas que se hallaban reunidas en un corro, alrededor de las
sillas. El ganadero avanzó seguro y decidido. Escasos segundos después, acudió
el acusado y luego, acompañado por sus diez súbditos y una fila de cinco soldados,
apareció el gobernador, vestido con unas ropas más dignas de un monarca. Ambos,
el acusado y el ganadero, se sentaron sobre las sillas de madera, ya más
anticuadas. Con voz raspada y tosca, el gobernador habló:
-Vos, hombre dedicado
al cultivo y la ganadería; y vos, el ladrón que ha osado hacerse con las
tierras del señor, hablad ahora.
Con total seguridad,
Dargun habló.
-Mi señor, ha sido ese impostor, mi propio vecino quien ha robado
mis tierras. Le pido, por favor, que me las devuelvan, pues mi esfuerzo mereció
la pena por ellas.
El acusado, que habló sin permiso, respondió:
-¡Miente! No fui yo quien cometió tal
audacia, mis manos no son las de un ladrón, pero mis palabras son honestas.
El público estalló en comentarios atroces
y el gobernador los mandó callar.
-¡Silencio, pueblo! Si es así, si el acusado es sincero, pues al parecer no
ha cometido robo alguno, lo liberaremos sin más y creeremos en su palabra.
Fue en ese instante el en que Dragun
explotó, carcomido por la furia.
-
-¡Justicia,
señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al
cielo! Señor gobernador de mi ánima,
este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo. Lo ha impregnado,
ensuciado, robado y vos creéis más en su falsa palabra.
Cuando dijo todo
aquello, ya el propio gobernador se había desentendido, yéndose, alejándose con
sus más fieles perros.
Dargun había vuelto a
perder.
Ganador
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 1º y 2º de Bachillerato.
Autor:
Antonio Saiz Panduro 2ºD.
¿Por
qué?
Fulminado.
Esa sensación que entra y rompe todo. Rompe las últimas reservas de fuerza y
aliento. Rompe eso en pequeñas partículas; átomos que se van y dejan solo vacío.
Y es que, cuando te dicen que tras las últimas pruebas médicas de la semana
pasada han encontrado un serio tumor en ut cabeza, todo se vuelve oscuro. El
médico sigue con su charla de compasión, pero tú, solo, sin nadie con el que
puedas compartir esta horrible situación. Estás perdido. Y cuando oyes el tiempo
para que tu vida acabe: no encuentras escapatoria.
Tres
meses. Se dice pronto y pasa aún más rápido. Este es el momento oportuno para
decir que todo me da igual y que emprenderá un viaje de experiencias y sensaciones
por el maravilloso mundo en el que vivo, pero, en realidad, no será así. Ya
está todo hecho, el lunes entrará por la puerta del hospital y todo quedará
atrás. Pero, ¿qué todo?
De
repente, viene a mí un maremágnum de recuerdos, pero no bonitos, no; recuerdos
de discusiones, soledad, fracasos y grandes decepciones; y me doy cuenta de que
no soy nadie ni con nadie. Me acuerdo de cuando discutió por última vez con mis
padres, de mi salida de casa, de mis noches durmiendo en la calle y de mi
fracaso en la brillante carrera que estaba haciendo. Un cúmulo de malas
decisiones que yo mismo decidí tener como memorias de una vida a capella y sin subidas ni bajadas, sino
en un enorme desplome que dejó todo lo que yo era en ruinas.
Me
dirigen a una habitación por el enorme laberinto que forman los pasillos del
este hospital. Llegamos a la planta de oncología, y el ambiente no puede ser
más deprimente. Gente enferma, muy enferma. Médicos de una habitación a otra, y
enfermeras quejándose de lo desagradable que es tratar con los hospitalizados: “Come poco y cena más poco; que la salud de todo el
cuerpo se fragua en la oficina del estómago”; “Se le está yendo la cabeza
al pobre y qué pena”. Todo anuncia tres últimos meses aún peores que mi rutina
anterior, soportando una enfermedad que comenzó siendo un simple dolor de
cabeza y que ahora me está destruyendo. Consumiendo lo poco que quedaba de mí. Y todo este
martirio en soledad, como siempre desde hace cuarenta años.
Pasó
el tiempo y la pena que sentía era insoportable. Estaba pasando los últimos
días de mi vida encerrado en una sosa habitación y dándome cuenta de lo poco
que había vivido. Siendo consciente de que en mi vida no había encontrado nada
que me hiciera feliz, por tonto, por idiota, imbécil, gilipollas, ciego. Había
vivido con los ojos cerrados, con el egoísmo corriendo por mis venas y el
desprecio por bandera. Una vida vacía de momentos y personas. Y todo por mi
culpa, por elegir el camino incorrecto; porque todo son elecciones que haces tú
y tú tienes la responsabilidad. Naces con la misión de ser consciente con lo
que haces para convertir tu cuerpo hueco en una persona con espíritu, lleno de
magia y movimiento. Pero y había elegido ser un organismo inerte.
¡Qué
día más malo estaba pasando! Para colmo, era una jornada de lluvia triste y
melancólica. Estaba mirando por la ventana cuando oí la puerta abrirse y supuse
que era la enfermera, pero resultó ser una niña de la sección infantil. La
pobre también tenía cáncer y su vida se estaba consumiendo tan rápido como la
mía. No sabía por qué había venido a mi habitación, se sentó am i lado y
decidió hacerme sonreír. Alegrar mi
rostro era una acción que hacía bastante tiempo que había olvidado. La niña me
acarició la mejilla y me miró con una ternura que no sentía desde mi infancia.
Se fue volando, simulando ser un pájaro. Yo permanecí sonriendo. Aquella
pequeña enferma había sido capaz de hacerme sentir alegre y querido. No la he
vuelto a ver, pero solo con su efímera visita, logró que yo volviera a saber
qué era la felicidad con algo tan pequeño. No quedaba ni siquiera una semana
para el final de mi historia y, al menos, me iba con aquel bonito recuerdo
guardado como un gran tesoro. Un pedacito de vida que siempre quedará dentro de
mí.
Accésit
del concurso de relatos 2015.
Alumnos
de 1º y 2º de Bachillerato.
Autora:
Paloma Castillo Labrada 1ºEB.
Es
cierto, la vida no es fácil para nadie; ni lo fue en ningún momento. Las
personas crecemos, nos alimentamos de recuerdos y así aprendemos a ser mejores.
Uno de esos recuerdos cambió mi vida, y en cierto modo, fue la primera vez que
abrí los ojos a la idea de que no es tan difícil vivir.
Algunos
cuentan que era un niño asustado, perdido y de mala experiencia, motivo por el
cual enloqueció. Se hacía llamar el Soñador o, al menos, todos le llamaban así.
Su mirada era oscura, diferente, misteriosa…, sencillamente grande. Recuerdo
que no era demasiado cariñoso, pero tenía un gran corazón. Al fin y al cabo la
humildad se asemeja a las estrellas, cuanto más buscan la oscuridad en el cielo,
más brillan. Sin duda el Soñador deslumbró en el corazón de más de medio mundo.
La
esquina del arrepentimiento:
El
Soñador vislumbró a un hombre en tiempos honorable y ahora perdido en el
alcohol, castigado al olvido del mundo. Su aspecto era descuidado y su espalda
retorcida se apoyaba en la pared para sostener su desesperación. Su mano se
aferraba fuertemente a un pequeño pañuelo y su gesto era inexpresivo, quizás
incapaz de expresar tantos sentimientos. El Soñador se acercó al hombre y le
preguntó:
-¿Por
qué bebes? ¿Necesitas perder el juicio para olvidar?
-Yo
estoy loco, yo no tengo juicio y no tengo que olvidar nada.
Y
en esto, el Soñador se marchó. Había dejado una pequeña nota que decía: “Loco
es aquel que ha perdido todo menos la razón”.
El
tren de la duda:
En
la estación de Atocha un hombre se asomaba a las vías del tren. Su mirada
asustada parecía esperar algo, y entonces el Soñador descubrió que aguardaba el
momento de saltar, el momento de derrumbarse en el vacío del olvido. Entonces
el Soñador se acercó al hombre y habló con él en tono amistoso:
-¿Qué
tal, buen hombre? Si esperas algún tren tengo aquí los horarios por si los
necesitas.
Entonces,
el hombre salió corriendo y se colocó al otro lado del andén. El Soñador empezó
a gritar: “¿No piensas que hace un día muy bonito? Es una pena no volverlo a
ver. Eso es una locura. Mírame a mí, yo estoy loco y no dejaría que un tren
pusiera un final triste a mi vida.”
El
hombre asustado pero más tranquilo comenzó a caminar alejándose del tren, del
miedo y de la inseguridad. El Soñador se acercó a él y le dejó una nota que
decía: ‘¡Abrid camino, señores míos, y
dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada,
para que me resucite de esta muerte presente! Yo no nací para ser gobernador,
ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas…
Yo no nací para ser yo.
La princesa:
El
Soñador observó a una niña abandonada a su suerte. Tenía el cabello largo y los
ojos oscuros, tan oscuros y tristes que sin saberlo muy bien, empecé a sentirme
triste yo también. El Soñador se acercó y le preguntó:
-¿Cómo
te llamas, princesa?
Pero
la niña no contestó. El Soñador cogió su osito de peluche, aquel que nunca le
dejaba solo y que siempre alcanzaba cuando sentía miedo, Dándole el peluche, el
Soñador mencionó: “Nunca te abandonará”. Y en esto se marchó.
Estimado
lector, siento no haberme presentado: soy escritora y me llamo Princesa. Ahora
ya sé quién soy, soy alguien gracias a un hombre que me enseñó que no era
diferente. Pero esta no es mi historia, sino la de un hombre que murió como un
loco y es así como el Soñador apareció en todas las televisiones. El día de su
muerte fue símbolo de respeto en más de medio mundo: murió como un loco y fue
honrado como un gran héroe.