martes, 16 de mayo de 2017

DÍA DEL LIBRO 2017. RELATOS GANADORES. 3º, 4º de ESO y Bachillerato.

Hola a todas y todos.
Como sabéis este año hemos dedicado las actividades del día del libro a dos grandes escritores de los que se conmemora el primer centenario de su nacimiento: el mexicano Juan Rulfo y la madrileña Gloria Fuertes.
Para el concurso de relatos, los alumnos de 3º, 4º de ESO, Bachillerato y Ciclos Formativos debían incluir en sus historias una de estas citas  de Pedro Páramo de Juan Rulfo. :

-          “Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado…”
-          “Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes: pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas”.
-          “Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aún las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol”.


Relato ganador: Enséñame a reír de Isabel Alegre Arance, de 2ºA de Bachillerato.
Isabel Alegre recibe el premio de manos de su profesora de Lengua, Julia Morillo.

Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aún las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol que entra por el hueco de la ventana.  Escondido entre las sombras, con las cortinas medio corridas, se asoman un par de ojos entre la fina línea por la que se deja ver el exterior. Unos ojos grises, tristes, solitarios, jóvenes. Muy jóvenes. Demasiado jóvenes para sentir tristeza. Abre un poco más las cortinas. Un chaval, jugando al fútbol, pasa persiguiendo un balón seguido por aún más niños. Agarra las cortinas con fuerza, sus nudillos, de un color blanquecino, marcan su pequeña mano de impaciencia; junto a una alargada cicatriz reciente que recorre el dorso de esta. Se mira la mano, recordando algo. Inspira  lentamente, y vuelve a meterse en la oscuridad de su pequeña casa, sumida en un terrible silencio.
De vez en cuando pensaba que era un vampiro. Si no, ¿por qué nadie jugaba con él? Era obvio, porque era un vampiro y el resto le tenían miedo. Por eso su madre, una mujer demasiado alta, a la que la enfermedad se le marcaba en forma de huesos, no le dejaba salir. Por eso no jugaba, por eso no iba a la escuela, por eso no sabía reír.
No, no sabía muchas cosas, no sabía por qué el cielo era azul; no sabía cómo iba a clavarse las tijeras si corría; no sabía montar en bicicleta ni hacer una voltereta doble hacia atrás. Pero él en realidad no quería saber nada de eso. Él quería saber reír. Solía mirar por la ventana para oír ese sonido. Era todo un misterio para él. Parecía producirlo algo que é no conocía. ¿Por qué reían cuando alguien caía al suelo? ¿Por qué cuando uno de ellos decía algo con una mueca extraña en la boca? ¿Por qué reían al mirarse mucho rato? ¿Por qué sonaba así la risa? ¿Por qué reír? ¿Por qué él no podía reír? Tras nueve años, no le intrigaba el sonido de los pájaros o el de un instrumento. A él le intrigaba el sonido de la risa. Porque su madre no reía de la misma manera. Ella reía como si supiese algo que él no. Algo más que cómo reír. Exactamente como las brujas malvadas de las películas que reían a escondidas en la tele.
Tenía, necesitaba saber cómo era reírse por qué la gente se reía, por qué él no podía reírse. Así que, ¿por dónde  empezaría? A lo mejor debía preguntarle a su madre. Pero… a su madre no le gustaban las preguntas, fuese cual  fuese. ¿Qué pasaría si salía de casa un momento y preguntaba a los niños? Pero entonces, como era un vampiro, la luz de la tarde le quemaría la piel. O le daría un brillo muy extraño que seguro no le gustaba a nadie. Si esperaba a la noche, los niños volverían a sus casas. Estaba atrabajo en aquella casa. Su madre parecía la única opción válida… Así que empieza a subir las escaleras que llevan a la habitación donde solía confinarse su madre. Misteriosamente, las escaleras crujen ante su leve peso. Se oye la tos seca de su madre y el sonido baja corriendo a encontrarse con los atemorizados oídos del chico. Vuelve a inspirar con fuerza. Por fin, sube el resto de las escaleras. Pensando que si recorría rápido ese tramo, se le iría el miedo. Los vampiros no tienen miedo. Tras unos breves momentos de duda, pasa el umbral de la habitación en penumbra.
-Madre…- se oye débilmente, en un hilo de voz.
Los ojos de la mujer viajan rápidamente de un viejo libro a la menuda figura del niño.
-¿Qué te pasa?- pregunta con brusquedad su madre, con los claros ojos fijos en aquella temblorosa masa de huesos.
- Enséñame a reír, por favor.
Y su madre, ante la petición del débil chico, ríe. Pero sigue sin ser la risa que el niño quiere aprender. Solo recibe una carcajada fría, maliciosa, burlona, de bruja.
Y pensó el niño que, seguramente, esa era la única manera de reír.

Accésit a Lucía Romero Fernández, de 2º E de Bachillerato
 
Lucía e Isabel, exhiben sus premios. 
        “Cuídalo”, me dijo mi madre, con una sonrisa. “Te tiene que durar hasta que seas mayor”.
        Mientras iba camino de mi habitación, haciendo cuentas mentales para saber cuánto quedaba exactamente para que me hiciera “mayor”, asentí con la cabeza y le juré a mi madre, pálida y cansada, que lo trataría como si fuera de oro. Pero no pensé en cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto ocmencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Lápiz.
                       Tenía la piel clara, era delgado, pero robusto, y su voz invitaba a ser feliz. Me inspiraba. Me inspiraban todas las cosas que iba a poder hacer con alguien como Lápiz. Yo, a mis tiernos nueve años, dejé que me llevara por ríos, caminos, escondites donde no solo todo es posible, sino que todo es bello.
Me enseñó a creer, a crear. Me enseñó que el amor es la mano y él el cincel con el que debía dejar constancia, en piedra: fuerte y eterna, de ese mundo que era mi alma. Mi mano, aún torpe, pincelaba palabras que no tenían sentido, sino que lo daban; me lo daban. Pues el arte son los artistas y las palabras, sin propósito, no son nada.
El sonido de Lápiz en el papel creaba una melodía hipnótica, cuya partitura traducía yo a palabras, verdaderas, y tan mías que tenía miedo de dejarlas escapar con tanta fuerza que me quedara vacía. Una carcasa de persona sin nada que decir, ni nada que pensar, ni nada que soñar.
Este temor se desvaneció al percatarme de que mis palabras soy yo, mi mente, mi cuerpo; soy una fuente eterna de eternas letras. No me estaba vaciando. Me estaba liberando. Lápiz es una extensión de mí, una idea solidificada, un pensamiento hecho materia.
Y esta soy yo. En este papel, en esta tinta; soy yo.


Accésit al relato de Lucía Prados Gómez de 3ºB ESO.
Lucía recibe el premio de manos de su profesora, Carmen Lamora.

Después del banquete que habían celebrado en el hotel decidí irme a dormir. En estos días de vacaciones, entre unas cosas y otras, había conseguido dormir muy poco así que debía aprovechar la única noche libre que tenía para descansar.
Como todo el mundo estaba en la fiesta no se oía ni una mosca en la zona de habitaciones, cosa que me inquietaba. Miré por la ventana; no había absolutamente nadie en los alrededores del pueblo. Me quité el reloj y lo dejé encima de la mesita de noche, al lado de mi cuaderno de viajes.
Miré el cuaderno y abrí la primera página, notaba algo raro en él. Le di cuidadosamente la vuelta a la contraportada y vi un extraño dibujo en la esquina inferior izquierda.
Era una especie de flor, con los pétalos alargados y puntiagudos. Di por hecho que el dibujo había sido obra de mi hermana ya que siempre le encanta toquetear todas mis cosas, así que no le di mucha importancia y me acosté.
Al día siguiente, mi familia decidió ir a visitar el pueblo y hacer una ruta turística por el bosque y el río próximo. Estuvimos toda la mañana echando fotos y andando, y decidimos pararnos a almorzar al lado de la cascada donde nacía el río. El bosque era bonito la verdad, pero no había mucho que hacer así que me recosté en un viejo tronco caído y empecé a mirar a los alrededores. Mientras, escuchaba de fondo al guía de la ruta: ‘Cuenta la leyenda que por este bosque había una aldea de pastores que un día, por una extraña razón, desapareció del mapa. Nadie sabía el porqué o el cómo de aquella situación, pero sencillamente se volatilizó. Lo único que se conserva de ella es la torre del campanario que pueden ver a la derecha. También dicen que dentro de la campana se encuentra la historia de la ciudad grabada con dibujos…’
Estaba anocheciendo, era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aún las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol. Me levanté del tronco cuidadosamente y noté un pinchazo en la mano. Al parecer me había clavado una ramita del tronco que sobresalía, no era mucho, pero tenía un arañazo en la palma de la mano. La instructora me dijo que fuera al edificio del botiquín, una pequeña casita situada al lado del campanario. Llamé a la puerta pero nadie contestaba, ¿qué clase de profesionalidad era esta? Me senté en el poyete que había al lado y miré el campanario de arriba abajo, estaba medio destrozado. De repente, mis ojos se pararon en la puerta inexistente. Las tentaciones de entrar eran demasiado grandes, así que me fui aproximando poco a poco hasta asomar la cabeza por el agujero de la puerta. Allí dentro no había nada, simplemente plantas y malas hierbas que habían ido creciendo con el paso del tiempo.
Decidí irme de allí, y caí en la conclusión de que todas esas historias eran una farsa, solo trucos para atraer a los turistas. Me fui aproximando al poyete de antes y me paré a mirarlo de nuevo. Había una especie de moneda, con un bonito dibujo grabado. Entonces caí, era el mismo signo del cuaderno de la noche anterior. Y, ¿qué significaba ese signo? Pues a día de hoy, después de más de treinta años sigo sin saberlo. Sigo guardando el cuaderno y la moneda, aunque no he encontrado forma de averiguarlo. Pero, ¿eso es lo bonito de los misterios, no?

1 comentario:

  1. Emocionante sentir que aquellas niñas que en su paso a adolescentes me tuvieron como profe de lengua en nuestro querido Colegio del Rosario, volaron de rama en rama por los libros, gozaron, sintieron y soñaron a través de ellos. Hoy ellas son las que nos hacen elevar el vuelo y nos emocionan con su sensibilidad.

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