A continuación reproducimos el discurso que pronunció Beatriz del Río, profesora de Lengua Castellana y Literatura y tutora de 2ºAB, durante la ceremonia de graduación de 2º de Bachillerato el pasado 30 de mayo.
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Beatriz del Río, a la derecha, recibiendo un regalo de la alumna Manale Aidel (2ºAB). |
Queridos alumnos de 2º de Bachillerato:
¡Buenas tardes y bienvenidos a vuestra fiesta de graduación!
Buenas tardes, también, a todos los padres, amigos y compañeros que habéis querido compartir con nosotros esta celebración.
Puntuales a la cita del mes de mayo, venís a recordarnos con descaro que estáis aquí de paso, que nos ponemos viejos y que estos años de instituto son ya un sinfín de anécdotas ocurrentes y algún sinsabor que acabará dulcificado en el rincón de la nostalgia.
Vosotros habéis sido, sin duda, la promoción de la risa y el llanto. Todo tremendo, todo excesivo, todo imposible; pero también todo al alcance, divertido, sin importancia. Más que una carrera de obstáculos, este curso ha sido una lucha contra la pereza y las inseguridades, las distracciones y los miedos.
Cuenta una leyenda del hinduismo que hubo un tiempo en que los asura, unos demonios que tiranizaban a los hombres, se escondían en lo más profundo del océano para no ser localizados y castigados por los dioses. Harto de esta situación, el sabio Agastya decidió beberse el mar. Y ocurrió, que con su esfuerzo y perseverancia, el océano se secó y los demonios allí escondidos quedaron al descubierto y fueron vencidos por los dioses.
Muchos han sido los demonios que os han atormentado durante estos meses e intuyo que también a lo largo de estos años de instituto. No mencionaré aquellos que os dominaban en 1º de ESO y que, como una burla, han ido mostrándose y ocultándose entre pupitres a medida que avanzaba la adolescencia. Pero sí evocaré ese océano de lágrimas y carcajadas que os habéis tenido que beber desde los hoy lejanos días de septiembre, para reconocer vuestros temores y superarlos.
Llegasteis a 2º de Bachillerato casi sin querer, casi sin daros cuenta, casi de repente. Nada hacía intuir que el curso fuera a ser complicado ya que 1º de Bachillerato se había portado bien con la mayoría (¡apenas un quinto de la ESO! diríais algunos).
Ahí os encontré, felices en una clase abarrotada de alumnos y de ilusión.
No hay más que buenas palabras para aquellos primeros días, pues a pesar de enfrentaros a una situación incómoda (éramos muchos, el aula pequeña, faltaban sillas y mesas), vuestras caras nos regalaron sonrisas y confianza.
Empezaron las clases sin sobresaltos, hasta que llegaron las notas de la primera evaluación. ¡Un desastre!
Clases y despachos se convirtieron desde entonces en un hospital de campaña para reconstruir ánimos: calmar ansiedades con tilas y abrazos, cambiar llantos por planes de trabajo, reafirmar voluntades con los milagrosos bombones de la suerte de Ángel.
Os resultaba imposible superar una dificultad.
¿Cómo podíamos haceros ver que un suspenso (o dos, o tres) no era el fin del mundo? Era el momento de sacar a la luz los demonios que os atormentaban y se escondían después sumergidos en las lágrimas. Debíais recordar que para alcanzar el final de una escalera hay que ascender escalón a escalón, no podías quedaros en aquel ‘no lo haré’, teníais que avanzar por el ‘no puedo hacerlo’ hacia el ‘quiero hacerlo’, ‘trataré de hacerlo’, ‘lo haré’.
El segundo trimestre nos cogió a todos algo crispados, con viejos y nuevos diablillos dispuestos a importunar: seguían los llantos, aumentaron las ansiedades, aparecieron los móviles, los exámenes extravigilados, el tiempo que avanzaba y la imposibilidad de prórroga para conseguir los objetivos.
Pero algo ocurrió en los últimos meses y sí, finalmente, se secaron las lágrimas, dosificasteis la risa, vencisteis demonios y alcanzasteis la cima de la escalera: lo hicisteis.
Y mientras abrís esa puerta tras el último peldaño, aquí, en el Villa, permanecerá aquello que os ha hecho únicos: la guasa de los Danieles o de Raúl, la discreción y sensatez de Paula o de Yuleica, el tesón de Ismael, la enorme sonrisa y el desconsolado llanto de Gema, de Laura, de Carla o de Andrea, la ironía de Andrés, el buen ánimo y las ocurrencias de David Ángel, la hiperactividad de Antonio, el cariño incondicional de Manale… cada uno de vuestros nombres, vuestras miradas, vuestro afecto.
Aquí estáis. Os recordaremos así, detenidos en el tiempo, atrapando el momento exacto: anchos, altos, seguros, sobrevolando el mundo, enamorando a la vida, protegidos siempre… Aunque, en verdad, como cantaba Serrat, nada ni nadie puede impedir que sufráis, que decidáis por vosotros, que os equivoquéis, que crezcáis y que un día como hoy nos digáis adiós. Pero antes de que nos dejéis del todo, queremos invitaros a que representéis con independencia y tiento el papel de vuestra historia, que os bebáis los océanos como el sabio Agastya -con firmeza- para que los asura que os asalten queden a la luz, podáis vencerlos y avancéis sin miedo.
Adelante, salid a escena, que empieza la función.
Muchas gracias.
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Beatriz del Río, durante el discurso. |