EL LIBRO DE MOSCÚ
No sé por dónde empezar.
Es difícil de contarlo sin que parezca sacado de una novela, y más aún sin
hacerlo en persona; pero no puedo arriesgarme a esperar que vuelvas de Brasov,
sería correr demasiados riesgos. Supongo que lo más lógico será empezar por el
principio.
Tenía apenas veinte años
cuando ocurrió. Lo recuerdo prácticamente como si hubiese ocurrido ayer. Era
una tempestuosa y fría noche de invierno; aunque no era nada fuera de lugar en
el invierno moscovita. No. No fue eso lo que hizo a esa noche diferente a todas
las demás.
Ese día llegué un poco
más tarde del trabajo. Hacía poco que había empezado como aprendiz de reparador
y casi siempre me tocaba ocuparme de los trabajos más tediosos. El caso fue que
aquel día uno de los telares de la sastrería de la calle Kurchátov se había
averiado y me costó más de lo previsto repararlo. En cuanto acabé recogí mis
cosas y me despedí. El dueño quería invitarme a tomar algo con él en el bar de
la calle contigua, por las molestias que pudiera haberme causado; pero había
sido un día duro y no estaba de humor para aceptar la invitación, por lo que
rehusé su propuesta y me marché.
Llegué a casa cerca de
medianoche. Cené un poco de sopa de verduras y me metí en la cama para tratar
de descansar un poco. Tras un rato dando vueltas sin lograr conciliar el sueño
al final me decidí a levantarme y a hacer algo que me mantuviese despierto
hasta que me tocase volver a la rutina. Lo primero que se me ocurrió fue
recoger un poco el armario del salón. Era una tarea que no me gustaba en
absoluto y que llevaba semanas postergando; así que decidí que sería bueno
acabarla de una vez. Mientras lo hacía reparé en un pequeño libro de color azul
egipcio que estaba muy desgastado por los años.
Era un libro que me traía
muchos recuerdos, pese a que hacía mucho tiempo que no lo veía. Fue el último
regalo de mi padre. Ya habían pasado cuatro años desde que me fui de casa y no
había vuelto a saber de él. Ni una carta, ni una visita, nada. Era como si no
existiera para él. Supongo que en cierto sentido parte de la culpa también es
mía, nunca fui el hijo que él deseaba; pero qué podía hacer. ¿Resignarme? No,
sabía que era capaz de mucho más. No tenía claro que quería hacer y menos aún
cómo conseguirlo, pero creía que era capaz de hacer algo importante y no iba a
seguir la vida que mi padre había elegido para mí. Recuerdo que solía decirme
“si no moderas tu orgullo, él será tu mayor castigo jovencito”. Sé que solo
quería lo mejor para mí, pero yo no estaba dispuesto a aceptar ese sino.
Fue entonces cuando me
dio el libro. Ahora que lo pienso, en realidad no sé si fue un regalo o un
intento desesperado por hacerme cambiar. De ser así, no lo consiguió. Lo que sí
hizo fue dejarme desconcertado. Lo único que había en el libro eran un gran
número de símbolos extraños que nunca había visto, no entendía que significaba
aquello.
- Es keros - me explicó
mi padre al ver mi cara de desconcierto. - Es uno de los pocos ejemplares que
quedan en el mundo. El keros es una antigua lengua que solamente se hablaba en
el monasterio de San Agricio, en el ducado de Waldeck. Pero cuenta el folclore
germano que aquellos no eran monjes normales. Se dice que eran en realidad una
hermandad de sabios que se habían encomendado a Dios porque no consideraban al
pueblo digno de sus conocimientos. Y como consecuencia de ello, se habían
encerrado en el monasterio y creado este idioma pictográfico para poder
comunicarse entre ellos sin desvelar a nadie sus secretos. Pero parece ser que
Dios no estaba de parte de los monjes. Hará ahora unos ciento cincuenta años el
edificio fue presa de un vasto incendio que arrasó con los escritos y acabó con
la vida de los monjes. Sin embargo, algunos de los libros sobrevivieron a las
llamas. Este es uno de ellos. Lleva en nuestra familia desde hace generaciones,
cuando el abuelo de tu abuelo lo encontró entre los escombros del monasterio.
Desde entonces, todos en la familia hemos tratado de descifrarlo, pero sin
éxito. Así que, como parece que no vas a sentar la cabeza, he decidido dártelo
para que al menos emplees tu tiempo en hacer algo que sea realmente productivo,
en vez de causar tanto alboroto y agitación. Pero tienes que prometerme que
serás más responsable y que no le hablarás del libro a nadie, ¿de acuerdo?
Volví a echar un vistazo
al libro. Aquellos signos me intrigaban profundamente, ¿qué podía ser tan
importante para que aquellos hombres hubieran dedicado tanto esfuerzo a
ocultarlo? Definitivamente el libro debía de contener informacion vital que no
debía caer en malas manos. En ese momento lo comprendí. Aquella era la señal
que llevaba tanto tiempo esperando. Ahora había encontrado una forma de marcar
un cambio, de hacer algo provechoso. Quizás el volumen que estaba sosteniendo
en mis manos podría contener el secreto de la energía ilimitada, o la cura de
la lepra, o la solución al teorema de Fermat. Nadie había descifrado el libro
todavía por lo que las posibilidades eran ilimitadas.
Volví a mirar a mi padre.
Ahora tenía una sonrisa en el rostro y un brillo cegador en los ojos. Asentí y
subí rápida e impacientemente a mi cuarto para comenzar a descifrar el libro.
Así pasaron varias semanas en las que todos mis esfuerzos fueron completamente
infructuosos. No había conseguido descifrar ni siquiera una palabra, parecía
que los símbolos se agolpaban en las páginas sin ningún orden aparente. Acabé
desistiendo y dejé el libro olvidado en un cajón. A los pocos días a mi padre
le llegó una oferta de trabajo desde Estados Unidos. Le ofrecían un puesto de
ingeniero jefe en la construcción del edificio Wellington en la nueva ciudad de
Livelville, por su puesto aceptó. Pero yo no podía irme, no quería dejar la
tierra que me había visto nacer. Fue entonces cuando me fui de casa.
Ahora que volvía a tener
el libro entre las manos, lo ojeaba con cierta melancolía recordando aquellos
años en los que mi única preocupación era encontrar algún sentido a mi vida. De
repente, reparé en un detalle que nunca antes había visto. En el margen de una
de las páginas había escrito con letras escarlatas “está en Boon”. No podía
creerlo. Era prácticamente imposible que jamás hubiese reparado en aquello, ¿de
dónde había salido?
Justo en ese momento,
alguien llamó a la puerta. Se trataba de la señora Vladisnikova, que me dijo
que se encontraba preocupada porque yo aún no había salido a trabajar. Solo
entonces reparé en que el Sol ya se alzaba en lo alto del cielo. Intentando
disimular un sentimiento de sorpresa le comenté que el señor Legasov me había
dado aquel día libre por todo el trabajo que habíamos tenido la semana anterior.
Ella se mostró más tranquila en cuanto oyó mi explicación, por lo que me deseó
un buen día y se despidió. En cuanto se marchó me moví como un resorte hacia mi
habitación. Rápidamente hice la maleta y me dirigí a la estación de tren.
Necesito saber qué hay en
Boon, qué secreto se oculta allí. Podría ser la piedra clave para descifrar el
libro y descubrir al fin los secretos que oculta. Siento no poder contarte más
pero no dispongo del tiempo necesario para hacerlo. Tampoco sé a qué me
enfrento por lo que no sé si voy a regresar. Para acabar me gustaría pedirte un
último favor. Si las cosas finalmente no saliesen como espero, si no volvieses
a verme nunca, confío en ti para que seas capaz de desvelar los secretos que
oculta el libro, el cual, se encuentra escondido debajo de una de las tablas
del baño de mi casa aguardando a mi regreso o a que tú lo encuentres.
Espero que volvamos a
vernos pronto.
Valery
Nombre: Pablo Moreno Santana
Curso: 4ºF, 1º subgrupo.
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