jueves, 5 de mayo de 2022

PRIMER PREMIO CONCURSO DE NARRATIVA 1º Y 2º DE ESO

Por Lorena Sánchez. 2ºG de ESO.




EL ÁRBOL DEL ENGAÑO

Llevaba ya muchas horas recorriendo el bosque, pero la noche se acercaba y yo seguía sin encontrar el
camino de vuelta. Cada crujido al caminar, cada sombra acechando, cada susurro del viento, cada rama
que me rozaba, hacían que se me estremeciera cada parte de mi cuerpo. Llegué a un pequeño riachuelo,
en el que se reflejaba el denso cielo estelar y la luna llena. No sabía qué hacer. Estaba perdida, y no
tenía a nadie que me ayudara, así que me limité a tumbarme como buenamente pude y a contener las
lágrimas que me asomaban. Pero entonces, escuché un ruido que no era precisamente un silbido del
viento y me puse inmediatamente de pie. Agudicé el oído para adivinar su procedencia y mi asombro
fue enorme cuando vi que un árbol me estaba hablando.

-No estés triste, niña. Ven conmigo.

Lo miré con curiosidad, observando cada gesto y movimiento que hacía con sus ramas.

-Yo… No puedo. Tengo que volver a mi hogar.

-Seré tu nuevo hogar, aquí estarás mejor que en ningún otro lugar.

Tardé unos minutos en decidirme, pero cuando mágicamente se abrió una especie de puerta en su
tronco y vi el acogedor interior, no pude resistirme a entrar.

Pasaron algunos días hasta que me acostumbré a ese lugar, pero el árbol siempre me trataba con
amabilidad y cuidaba realmente bien de mí. Me divertía mucho con él y jugábamos a todas horas:
utilizaba sus raíces como toboganes, sus ramas como tirolinas, o sus hojas como colchonetas. La única
condición era que tenía que cumplir sus normas, que eran pocas, pero muy estrictas. No podía recibir
visitas, ni salir al exterior. Solo estábamos él y yo. No me pareció mal, pero cuando pasaron dos meses y
la necesidad de saber algo del exterior crecía dentro de mí, no pude evitar incumplir una norma.

Aproveché el momento de la siesta del árbol para escaparme, pero no salió del todo bien. Él tenía muy
buenos sentidos y nada más pisar la tierra del otro lado, se despertó repentinamente, devolviéndome
bruscamente al interior de su tronco. Parecía realmente enfadado y estuvo unos días bastante agresivo y sin querer jugar. Días más tarde me explicó que se sentía muy solo y que me necesitaba con él, y aunque yo quería volver con mi familia, decidí quedarme para hacerle compañía. Llegó el día de mi cumpleaños, y el árbol me hizo un regalo muy especial: una ventana para poder mirar hacia el exterior cuando me sintiera triste. Yo me alegré mucho y me conformé con ello, pero el tiempo pasaba, y comenzaba de nuevo a echar de menos el exterior. 

Recuerdo que un día me desperté más temprano de lo normal y como no quería hacer ruido, me senté a observar el bosque por la ventana. Vi de pronto un bonito ruiseñor que volaba de rama en rama sin ninguna preocupación. Era libre y feliz y por un momento sentí nostalgia. Entonces el árbol se despertó, yo me fui a preparar el desayuno y la mañana transcurrió con normalidad. Llegó la hora de la siesta y mientras preparaba la merienda, escuché una especie de toquecitos en la ventana y no tardé en acercarme. Al ver al pequeño ruiseñor no pude evitar sonreír y preguntarle:

-¿Qué haces aquí, pequeño ruiseñor?

El pajarillo, en cambio, parecía muy preocupado y con mucha prisa.

-Quizás es muy repentino, pero tienes que confiar en mí. Debes escapar cuanto antes de este lugar. El árbol puede parecer muy amable, pero es realmente posesivo y contra más tiempo pase, menos posibilidades habrá de que puedas escapar.

Mi sorpresa fue mayor cuando me ofreció una cuerda para que la atara al marco de la ventana y poder descender.

-Pero… El árbol no es malo. Este es mi hogar.

-Eso dijeron también los otros niños que pasaron toda su vida encerrados sin tener un mínimo contacto
con el exterior. Tienes que regresar con tu familia y tus amigos.

Lo pensé un momento, pero algo hizo click en mi cabeza y recordé cómo era mi vida antes de llegar aquí hace 6 meses. Tenía sueños que cumplir y una familia que recuperar. Acepté la ayuda del ruiseñor, pero las complicaciones no tardaron en llegar, el árbol se despertó y comenzó a agitar todas las ramas con una espeluznante fuerza.

-¡No te vayas, por favor! ¡No me abandones!

El ruiseñor me dijo que no le escuchara, y cuando por fin parecía que llegábamos abajo, el árbol me
atrapó con una de sus ramas.

-Nunca podrás escapar de mí. Soy tu mejor hogar, te guste o no.

Noté las lágrimas resbalar por mis mejillas, pero, ya cansada de rendirme, me armé de valor y usé el cuchillo que anteriormente estaba utilizando para hacerme un bocadillo y corté algunas de sus hojas. Este gritó de dolor y finalmente me soltó. El ruiseñor me guió atropelladamente por el bosque hasta que por fin pude divisar el camino que me llevaba de vuelta a casa. A mi casa de verdad. Me reuní con mis padres, quienes gritaron de emoción al verme y me abrazaron al instante. Mi vida volvió a la normalidad, aunque no volví a entrar en aquel bosque ni supe nada más del árbol.

Una mañana soleada estaba sentada en el patio de casa, cuando un silbido llamó mi atención. Me llené de emoción al ver que mi héroe me observaba tranquilamente.

-Querido ruiseñor, nunca pude darte las gracias por todo lo que hiciste por mí. Me salvaste y me
abriste los ojos a la realidad. Pero una duda me recorre por todo el cuerpo: ¿Por qué decidiste ayudarme sabiendo que el árbol podía encarcelarte también? Siempre fuiste libre y te arriesgaste por mí.

-Verás, niña, la cuestión no es lo peligroso o lo aterrador que pudo llegar a ser salvarte. Todos podemos llegar a ser héroes y si puedes hacer algo bueno por los demás, tienes la obligación de hacerlo.

Acto seguido, desprendió el vuelo y no volví a verlo jamás, pero siempre me sentí realmente agradecida. No sólo me había salvado de aquel árbol, sino de algo mucho más grande: la soledad. Una escapatoria tan fácil y tentadora, que a veces no nos deja ver la realidad.

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