jueves, 16 de mayo de 2013

Premio de relatos Día del Libro 2013: Alejandra Pablos, accésit categoría 1º y 2º ESO


ACCÉSIT ALEJANDRA PABLOS BELICHÓN. 2º C ESO.

La confusión de su mente le hacía sufrir intensamente. No podía sostenerse en pie y tuvo que sentarse porque las piernas le flaqueaban. Llovió durante media hora. Su asombro al recordar lo ocurrido crecía cada vez más. Imágenes distorsionadas en su cabeza, recorriéndola con flashes obtusos, le arrastraban fuera del alcance del presente. Sentía sus extremidades convulsionar como poseídas por una sensación cuyo significado siquiera alcanzaba a discernir. Su cuerpo luchaba por instinto para mantenerse con vida a cada latido, a cada instante que reservaba. Pero sus pensamientos le habían matado hace mucho tiempo.


Se sujetó con la mano zurda al extremo de una mesita de noche y, a duras penas, obtuvo estabilidad. Al menos, por unos segundos, pues su cuerpo oscilaba de derecha a izquierda tan lenta como monótonamente. En el intento efímero de aparcar su situación en las lejanías de su memoria, pasó su ojerosa mirada al reloj de muñeca. Rondaban las cuatro y media de la madrugada. Emitió un suspiro hondo, un suspiro cansado que divagó por el ambiente unos segundos, los mismos en los que él se encaminó en dirección a su escritorio. Atravesó así los tintes de luz blanquecina, cuya estela transitaba pesadamente por el cuarto desde la ventana. 
La luz de la luna, compañera perenne en sus noches vacías. Esa que iluminaba tan pura su alma desangelada. Se generó un nudo en la garganta, que exhibió obscenamente la necesidad del llanto. Pero no iba a llorar. Ya no, no a esas alturas. Porque ya era demasiado tarde.

Abrió un cajón, y con porte resuelto, descubrió del interior un revólver, regalo de un buen amigo. Palpó los elegantes relieves metálicos con los dedos. Un sentimiento de calma inundó sus sentidos. Pronto, su existencia devendría a la nada. Escuchó el chirriar de la puerta principal, y supo que allí donde su mujer hubo yacido tras tal terrible hecho, ya no estaba. ¿Fue a pedir ayuda? ¿Justicia? Tal vez, la misma de la que fuere capaz de imponer él. Consigo fuera del mapa, sus pecados, recuerdos, risas, no regresarían para atormentarle en momentos de sobriedad. Otra vez, imágenes. Su esposa arrastrándose entre gemidos ahogados, fragmentos de vidrio a su alrededor rozando su figura macilenta y débil. Él observando, como un dios, el trágico discurrir de hilos de sangre procedentes de tan triste fémina.

Permitiría el tiempo sanar a su curso. Cargó el arma con una única bala apenas reconocible desde la oscuridad.

Sería su fin la llave única hacia nuevas etapas.

Acercó con pulso nervioso aquello que livianamente sostenía su mano y lo apoyó contra la sien.

Sus labios agrietados dibujaron una sonrisa amarga.

De pronto, el sonido de la muerte.

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